De modo que, con letra apretada, María Sáez comenzó su crónica apenas desembarcada en el Puerto de la Soledad. Vivían ahí un centenar de personas. Ella cursaba un embarazo de dos meses y llegaba acompañada por sus tres hijos mayores: Emilio, Luisa y Sofía. Cuando tiempo después nació Matilde, el 5 de febrero de 1830, su madre registró el acontecimiento familiar con signos de admiración: “¡Mi mujercita malvinense! La tengo en mis brazos. Su boquita ávida como un botón de rosa ya quiere succionar. Me embarga de dulzura. Es un milagro. Beso sus deditos. Perfecta. Mi mujercita isleña. Mi niña valiente que ha nacido en una isla, ahora más que nunca, como si hubiéramos enarbolado entre las dos una bandera…”.
María gusta de pasear por la isla. Algunas veces, lo hace sola, otra con sus “chiquitos” y en ocasiones, del brazo de su marido. En esas expediciones, bebe agua de los riachos que surcan el sueño, se detiene a observar las aves y aprende sobre la vegetación. Pero ella no es una mujer pasiva y esas recorridas son apenas momentos de distracción en una vida ocupada: cose, cocina, organiza actividades, asiste a fiestas, a nacimientos y a fallecimientos.Además, se sabe protagonista de una gesta histórica y se ocupa de anotar las incidencias políticas que capitanea su marido: “Domingo 30 de Agosto – Muy buen día de Santa Rosa de Lima, y por lo que determinó Vernet tomar hoy posesión de la isla en nombre del gobierno de Buenos Aires, a las doce se reunieron los habitantes se enarboló la Bandera Nacional a cuyo tiempo se tiraron veintiún cañonazos, repitiéndose sin cesar el ¡Viva la Patria! puse a cada uno en el sombrero con cinta de dos colores que distinguen nuestra Bandera, se dio a reconocer el Comandante”, escribe.
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