A Raquelita le gusta la cumbia cristiana, más que el folclore que se escucha en Casapuente, todas esas chamarritas o payadas que a su tía la deleitan a ella terminan por enfermarla, esa gente que dice siempre lo mismo como si fuera otra cosa, y en el fondo no dicen nada.
Así que cuando las otras mujeres de la parroquia se distraen, o salen a buscar algo para comer, ponen el equipo un cassette que grabó de la radio, son las canciones de Rocio Quiroz.
Le gusta esa que dice “he estado ciega demasiado tiempo, y a hora estoy cansada de seguirte el juego, cuando nazca el alma estar muy lejos, muy lejos de ti”.
Eso que dice la canción es verdadero.
La historia comienza con un robo a la Parroquia del pueblo; de ahí en adelante las fortunas de Merce y Raquelita, su “abombada” sobrina, se precipitarán en una cadena de murmullos e intrigas que pocas veces nos dejarán ver la acción. El lector tendrá, por momentos, que atravesar la hipnosis de los diálogos para comprender lo que sucede. La relación amorosa entre Merce y el Padre Guillermo; la superposición de robos; el eco incómodo que deja la voz de Raquelita cuando se pronuncia entre temerosa y despreocupada frente a la vieja Lisi; el muchacho de rompevientos amarillo y el desplazamiento sin explicaciones que nos cuenta en el relato; Carlos Ríos lleva a sus personajes al límite de un acto que los transforma en propio imaginario de su deseo.