«Es el destino divino, tan fino, tan occidental y cristiano/ cosmopolita y parisino/ tan típico Matute pero no el de don Gato/ El vigilante argento además es barato/ además es barato/ es el estilo tan fino del vigilante medio argentino» (Calamaro/Scornik). Cuando sale a barrer la vereda o limpiar el auto, el vecino controla. No sólo relojea su casa sino todo lo que pueda constituir una amenaza ya no a la puerta de su casa, sagrada propiedad privada, sino a los cerrojos de su cosmovisión. El vecino es vecino antes que ciudadano. Los asuntos de la ciudad son el barrido, el alumbrado, la limpieza, salir a la calle y que no te roben. El vecino no discute sobre derechos, pero tiene todos los derechos porque el vecino paga sus impuestos. El vecino vive al lado, pero sólo está de su lado. El vecino sólo vive al lado de lo que está a su lado. El vecino ve a través de la ventana y lo sabe todo. El vecino es sólo vecino, pero es tan importante que le hablan todo el tiempo a él. El vecino no existe, pero nos gobierna. Porque el vecino no es un señor o una señora, sino «una subjetivación». El abogado, investigador y docente de la UNQUI y la UNLP Esteban Rodríguez Alzueta lo define e indaga mejor en Vecinocracia. Olfato social y linchamientos, editado por EME como parte de la colección Plan de Operaciones – ensayos sobre políticas latinoamericanas. Autor de La máquina de la inseguridad, entre otros libros, profundiza y diagnostica una forma de participación (a)política y herramienta del poder que atraviesa nuestra historia llegando a un presente donde la «vecinocracia» parece estar en su punto álgido.

 

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