Como en esos textos breves que Lispector asocia a un organismo vivo – el vuelo de un pájaro, o, mejor, de una gallina – Ensayo de vuelo de Paloma Vidal – como, por otro lado, todos sus textos ficcionales – entrelaza escritura y vida de un modo que parece contraponer, ante una idea de literatura como institución poderosa, integrada al mercado, consciente de sí misma, una escritura frágil y precaria que se exhibe ante el riesgo de caer “desajeitadamente en el suelo”. Pero si en los otros libros de Paloma Vidal ese riesgo de la vulnerabilidad tersaba apenas la superficie de su escritura, Ensayo de vuelo, en cambio, hace de esa fragilidad el núcleo duro del relato. El libro se escribe en el bloc de notas de un celular en un viaje de avión de no más de dos horas entre Buenos Aires y San Pablo. Es, en ese sentido, un ensayo de texto, un texto que se escribe en la contingencia del viaje, según cómo el teclado predictivo va terminando las frases y según lo que la velocidad de la escritura, constreñida en el límite temporal de lo que dura el viaje de avión, permita. De hecho, el texto comienza cuando la narradora sube al avión y termina exactamente cuando el vuelo aterriza, ya en San Pablo.

Esas constricciones convierten el relato en un experimento textual – un ensayo en ese sentido más científico del término: a ver qué sale, con esas constricciones, y en ese soporte tecnológico. Pero Ensayo de vuelo es también una pregunta sobre cómo continuar con una vida cuando esa vida, o al menos el camino natural según el cual venía desarrollándose, da “un salto al vacío.” En ese otro sentido, la escritura es también un modo de explorar ese momento en que la vida misma despliega la vulnerabilidad de un trazado que, suspendido en un momento de cambio, puede trastocarse para siempre.

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