“En el pueblo había dos mudos y siempre estaban juntos. Cada mañana, temprano, salían de la casa en que vivían y caminaban tomados del brazo en dirección al trabajo”. Son las primeras líneas de El corazón es un cazador solitario y, puesto que se trata de su primera novela –luego vendrían Reflejos en un ojo doradoLa balada del café triste y las demás-, las primeras palabras como escritora de una muchacha de apenas veintitrés años llamada Carson McCullers. Quien lee esas palabras en la primera página de un libro, quiere seguir leyendo y saber qué sucederá en las siguientes con los amigos mudos que siempre estaban juntos, adentrarse con ellos en la imprecisa ciudad del estado de Georgia donde, durante los años 30, transcurre la historia de The Heart is a Lonely Hunter. Si lo hace, hacia el final del libro llega a una fecha precisa: el 21 de agosto de 1939. Ese día, el doctor Benedict Mady Copeland es obligado por sus parientes a mudarse de la casa que había compartido con su mujer y donde tanto y tantos años la había amado: la casa que había albergado su estudio nocturno de los grandes pensadores de la igualdad humana. En un momento último, solo en la casa ya vacía, se dijo: “Este no podía ser el fin. En su corazón se alzaban otras voces sin palabras… La voz del gran Spinoza y la de Karl Marx”.

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