Algo se mueve. El cuento después de Walsh
I Acevedo escribe desde su casa y esa casa es la cifra de su obra, una base de operaciones que, me atrevo a decir, es revolucionaria. En su living roto pinta las banderas y los carteles que llevará a las marchas, su hijo lo espera, custodiado por sus amigas a través de una videollamada, para que pueda ir hasta el supermercado, crea un campamento hecho con colchones, o mira cómo la luz de un arbolito de Navidad ilumina la cara de su hijo y con el reflejo de ese fuego artifical conversa a través del tiempo con la literatura.
En I Acevedo se lee la rabia contra la domesticación. Consigue que su intimidad se proyecte sobre lo político y así escapa de la prisión de la crianza y de los mandatos, porque no le interesa la flojera de la comodidad. Fabrica, como si fuera una bomba, su escritura hecha de verdad, de compromiso y de sentimiento, pero sobre todo de agudeza para leer los problemas y las preguntas que lo obsesionan: ¿qué es la literatura? ¿para qué sirve la imaginación? ¿por qué y de qué manera indagamos sobre ciertas obras?
Conviven en este libro el diario y el ensayo, un gran homenaje a Rodolfo Walsh y una carta a la gran maestra Hebe Uhart, textos leídos en presentaciones, y reflexiones escritas al calor de una polémica. En todos ellos, I revindica el arte que no sabe y cree en la literatura. Pero no cree con la forma pasiva de la fe, dice, sino con la forma activa de la paciencia, la de quien se entrega, todos los días, con dedicación tenaz, a trabajar, a pensar, a hacerse tiempo y lugar.
Leer a I Acevedo siempre es inspirador y me alivia saber que una mente así nos va a sobrevivir, porque su escritura es tan presente, tan verdadera, que no puede no pasar a la eternidad.
Magalí Etchebarne
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