Si se pudieran extraer cuatro elementos para pensar esta novela, diríamos: el recuerdo intenso de una amistad, el recuerdo como estado de pregunta sobre el padre, el mar, y la violencia que sigue asaltando después del golpe.
¿Cuánto tiempo dura un duelo? Se pregunta la protagonista de Mar azul ya de vieja, en Río de Janeiro cuando se propone leer por primera vez los diarios de su padre, que registran el avance de la pérdida de memoria. Mar azul es la escritura de la orfandad en la vejez; no hay épica que sostenga los desencuentros, los exilios: 1955 y 1976 se cruzan, se resignifican, pero no se narran.
Hay dos formas de la escritura como reverso del recuerdo. Una, la adolescencia como un diálogo infinito, poderoso, donde las voces entre las dos amigas se confunden: Vicky, y ella; ella y Vicky, la casa de esa amiga donde viviría desde los trece años, luego de la partida de su padre. La amistad parece la única forma de hábitat. La segunda, el diario que se escribe sobre otro, y hace que nuevamente la protagonista se pregunte: ¿Para quién escribo?, cuando en verdad querría decir ¿escribía él para mí?: «¿O puede ser que, incluso sin tomar las precauciones necesarias, mi padre tuviera la expectativa de que un encuentro salvase estos papeles de su descuido? La secreta expectativa de que hubiese más empeño en mí que en él en un reencuentro tardío, aunque después de la muerte».